miércoles, 5 de julio de 2017

Guerra y amor, amor y guerra

INTROITO

De pequeña me gustaba la frase "haz el amor y no la guerra". No sabía a quién se le había asignado o quién fue la primera persona que la dijo o la primera persona que la pensó, pero era una frase bonita o al menos aspiraba a cosas bonitas. Si hacías el amor y no la guerra, todo, absolutamente todo lo que hacías (y, por tanto, y según mis inocentes cálculos absolutamente todo lo que se te devolvía) eran cosas bonitas. Y una mierda. Descubrí el amor y, para mi desilusión, parecía que no tenía, al menos en mi caso, mucho que ver con la paz. Luego descubrí esa guerra personal que llevaría dentro absolutamente toda la vida; sí, hiciera lo que hiciera. Y entonces me di cuenta de que conmigo esa frase que de pequeña tanto me gustaba, no podía aplicarse. No porque no fuera buena persona, ni porque no quisiera amar, ni porque no sufriera con mi guerra interna, sino porque tenía esa forma de vivir la vida que no concordaba con hacer solo una cosa, con querer solo uso cosa, con experimentar solo una cosa.
Había nacido con un sentido de la existencia bastante trágico. Me gustaban las subidas y las bajadas. Disfrutaba del aprendizaje que me proporcionaba cada día y de la adrenalina que me invadía antes de caer. Y me gustó el riesgo casi lo mismo que el equilibrio acabó por parecerme una jodida bazofia. Así que, imagino que no me encantó el concepto que esa gente tenía de ser una persona que hiciera el amor y no la guerra, al menos en lo que se refiere a aplicarlo a uno mismo, porque decidí asumir las consecuencias de rebelarme contra todo aquello que no me parecía lo bueno, o lo mejor, o lo que debía hacer o suceder, aunque realmente fuera lo correcto, lo exigible, lo moral o el camino más fácil. ¿Qué hacer cuando uno se da cuenta de que disfruta y aprende tanto de lo malo como de lo bueno y de que necesita que siempre haya un poco de los dos? Pues decidir ser uno mismo. A la mierda lo esperable.

Amor y asco, @srtabebi

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